Por el rabillo del ojo se percibía una fugaz sombra recorriendo la hierba, algo jugueteaba con el Sol matutino allá en las alturas. Se trataba de un pequeño grupo de buitres leonados que anunciaba una mañana soleada y tranquila, la cual llegaba como un precioso regalo después de tantos días en los que el cielo encapotado, las bajas temperaturas y el viento eran los protagonistas.
Quizás ellos también llevaban tiempo esperando con impaciencia que saliera el Sol y calmase el viento, ingredientes necesarios para producir las corrientes térmicas que les permiten elevarse y planear sin mucho esfuerzo.
Sí, tras tanto tiempo de espera, definitivamente hoy era su día. Y han podido recorrer los cielos una vez más, guardando cada uno de los detalles que sin duda captaban desde su privilegiada posición.
En este lugar, tenemos la suerte de compartir el hábitat con dos especies de buitres, el buitre leonado (Gyps fulvus) y el buitre negro (Aegypius monachus).
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